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jueves, 4 de octubre de 2007

Nam - Capítulo 5

Fue un día de pesca maravilloso, pues aunque ya era mediodía y no habíamos pescado nada, si pudimos charlar a nuestras anchas y conocemos mejor. Solos los dos, junto a la bahía. Hablamos de nuestras metas y de lo que esperábamos del futuro, y cuando le mencioné mí interés por la guerra y mi devoción por la infantería, como resultado de la tradición de mi familia en las diferentes guerras, no dijo nada, pero supe que el tema la perturbaba. Más adelante me enteré, que sus dos hermanos murieron luchando en la guerra de Corea y de la muerte de su padre en un accidente en las vías del tren.

Ya en la tarde, el calor nos hizo guarecemos bajo un grupo de árboles cercanos a la bahía. Allí aprovechamos para almorzar. Ella sacó de la cesta que trajo de la taberna, un limpio mantel rojo con volantes en blanco, el cual extendió en la fresca y verde hierba primaveral. Fue sacando de la cesta y poniendo ordenadamente sobre el mantel, el pequeño menú que confeccionó para aquel día: pollo frito, pan de centeno, unas cerezas enormes de aspecto fresco y jugoso y por último una pequeña botella de vino tinto barato, seguramente extraído de la bodega secreta de Sally.

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Luego de la comida, nos quedamos charlando sobre su madre y de como había conocido a su padre, lo cual hice luego yo a mi turno. Cada vez que hablaba, sentía que su voz me llegaba muy adentro y a veces perdía el hilo de la conversación, pues me entretenía observando los detalles de su hermoso rostro. Los pocos rayos de sol que se filtraban a través de los árboles, creaban destellos de luz en su dorada, cabellera, entonces creía ver un ángel en ella. Me quedaba mirando hasta que finalmente me decía con mirada seria.
_Al, ¿me estás escuchando?.
_Ehhh........ ¡Claro!... Elisa.......este......¿me decías?.
_Parecías no prestarme atención;
Dijo tratando de parecer disgustada.
_Lo siento Eli,
Dije yo rascándome la cabeza con cara de despistado.
_¿De que hablabas?.
_Oh Al, te preguntaba, por que se decidieron por la cría de patos?.

Que bella estaba ese día, y que feliz me sentía allí con ella, solos los dos. No me importaba de cual tema me hablaba, sólo la contemplaba y observaba, detallando en cada parte de su cuerpo su incomparable belleza.

Ya hacia el atardecer, me levanté un poco entumecido por el largo rato que había pasado sentado. Ofreciéndole mi mano la ayude a levantarse, y casi sin pensarlo la invité.
_Ven.
Dije sin soltarle la mano. Lo que ella no objetó.
_Demos un paseo por la playa, me gustaría mostrate el mejor lugar del mundo para observar la puesta del sol.

Simplemente asintió sonriendo, apretó mi mano con fuerza y luego entrelazó sus dedos con los míos. Lo cual me causó una sensación indescriptible, de pronto mi corazón parecía querer salir de mi pecho, sentí una especie de vacío en mi estómago y mis piernas temblaron por unos minutos, sentí muchas cosas en un segundo, pero sobre todo sentí ternura y amor por ella. Sí… estaba enamorado de Elisa Donelli.

Nos fuimos acercando poco a poco a la parte oeste de la bahía, a un lugar conocido como Big Rock. Desde allí se apreciaban las mejores puestas de sol que yo había visto en mi vida. A unos veinte pasos del lugar al que nos dirigíamos había una sucia y oxidada barda de metal que nos cortaba el paso, con un cartel también de metal oxidado que expresamente prohibía el acceso por motivos de seguridad. Así que nos detuvimos un momento, mientras yo traspasaba, solo y por mi cuenta, la derruida barda con un experto y hábil salto. Luego y ya del otro lado le dije:
_No pasa nada, sólo apoya los pies en la barda, y déjate caer; yo te estaré esperando para atraparte de este lado.

Vi su sonrisa a través del oscuro metal, y también pude observar como decididamente se encaramó en la barda escalándola lentamente e impulsándose con los brazos. No lo advertí hasta que fue demasiado tarde, ya que al último momento, y justo antes de saltar hacia el otro lado, uno de sus zapatos resbaló debido a lo oxidado del metal. De pronto vi la expresión de su rostro cambiando desde una mueca de concentración hasta una de preocupación por el posible peligro de una situación inesperada. El resbalón precipitó su caída de forma instantánea. En cámara lenta observé como su cuerpo caía irremediablemente como un salto de cabeza, el cual hubiera sido muy aparatoso si no hubiera estado esperándola con los brazos abiertos. Aún así, y considerando que realicé un gran esfuerzo al tratar de sostenerla, yo también perdí el equilibrio a causa de su peso y fue imposible no irme a tierra con ella.

Ya en el suelo y algo preocupado por ella luego de la caida, fue cuando me di cuenta que su grácil cuerpo quedó justo sobre el mío. Sentí todo el peso de su cuerpo sobre mí, y sus firmes senos haciendo presión en mi pecho. Pude notar que temblaba un poco a causa del pequeño susto que habíamos pasado. Nos quedamos inmóviles, respirando agitadamente para recuperar el aliento, aceptando la nueva situación, descubriendo con sorpresa la evidente atracción que sentíamos.

Descubrí su mirada sobre mis ojos y su aliento casi robaba el mío. Repentinamente, y después de unos segundos de fugaz aturdimiento a causa de la caída, ella comenzó a reír. Primero lentamente, pero luego con una alegría y un frenesí que me contagiaron al instante.

Allí estábamos los dos uno sobre el otro, riendo frente a frente como dos niños y con el marco de la noche sobre nosotros, que poco a poco nos iba envolviendo con su oscuridad. Recuerdo que la abracé mientras se calmaba nuestra risa, ella rodeo mi cuello con sus brazos sin separarse un milímetro de mi. Yo traté de decir algo, pero no alcancé a decir nada, pues ya su boca oprimía con fuerza la mía. Sentí el dulce calor de sus labios y la suave textura de su lengua húmeda tratando de abrirse paso empujando a la mía.

Casi sin pensarlo comenzamos a desnudarnos y nos ayudamos uno al otro, no podía dejar de mirar todo lo que descubría cada vez que le quitaba un prenda, era fantástica, como una Diosa de carne y hueso, el dulce olor que despedía su cuerpo me hacía enloquecer y el brillo de sus ojos al mirar mi cuerpo desnudo frente al suyo me hizo sonreir y luego sonrojar. Nos volvimos a besar pero esta vez de forma más intensa, nos embargaba el deseo y la lujuría que de pronto se desató como un volcán. El largo beso se convirtió en abrazo, un abrazo que duró una eternidad, un abrazo en donde nuestros cuerpos se fundieron convirtiéndose en uno.

Así estuvimos un largo tiempo que pareció interminable, eterno. Acostados en la hierba con nuestra ropa a un lado, como mudos testigos de nuestros cuerpos desnudos todavía entrelazados y tan juntos que parecían formar parte de un todo. Nuestros movimientos se hacían cada vez más lentos y el frenesí de momentos atrás se había convertido en una especie de liberación mezclada con placer. Así seguimos mirándonos, besándonos y tocándonos, sin hablar; con la noche cayendo sobre nosotros y nosotros acostados sobre el mundo.

Esa fue la mejor primavera de mi vida, me sentía el ser más feliz sobre la tierra jusnto a la mujer que amaba. Sólo una cosa me preocupaba y me distraía, las noticias del desenvolvimiento de la guerra en Viet-Nam.

Cada día las cosas se hacían peores para los norteamericanos y el envío de tropas era cada vez mayor. Tarde o temprano yo sería llamado al servicio; y no quería esperar hasta ese momento, pues para ese entonces no tendría la oportunidad de escoger la unidad a la cual yo deseaba pertenecer; es decir, la unidad a la que habían pertenecido anteriormente, tres generaciones de Mc Rian desde la primera guerra mundial. Estoy hablando de La 101a. ABD, la famosa 101a. Airborne División, punta de lanza de las fuerzas de intervención rápida del ejército. Esta unidad era tradicional en mí familia, además de ser reconocida internacionalmente, sobretodo luego de la 2da Guerra Mundial. Así que, si tarde o temprano iba a luchar, lo mejor era hacerlo en la misma unidad militar de mis antepasados.

Siempre que le hablaba a Elisa sobre el asunto, se quedaba pensativa, como si no me escuchara. Tal vez para no acrecentar en su mente la idea de mi inminente partida. Ella también sabía que tarde o temprano me llamarían. Y sólo por ella retrasé lo más que pude mi partida. Los recuerdos de esos últimos días que pasé con ella durante la llegada del invierno de 1966, fueron los que mantuvieron mi integridad en los momentos más difíciles de la guerra. A veces pienso que estoy vivo gracias a la fuerza que recibía cada vez que recordaba los hermosos ratos que pasé con ella; fuerza que aún siento con sólo pensar en su nombre.